Hildegarda de Bingen, por Sabine Lutzenberger
El atractivo de los grandes nombres hace que se vuelva una y otra vez sobre su repertorio. Hildegarda de Bingen, recientemente canonizada en culminación de un proceso que comenzó ¡hace ocho siglos!, se ha hecho finalmente con un hueco en ese canon de la música occidental que tanto cuesta dinamitar, por más que se cuestione. Así, a la hora de comentar un nuevo
registro sobre la abadesa alemana cabe preguntarse qué tipo de novedad aporta a los muchos que en los últimos años se han grabado, pero no cuesta responder en este caso a esta cuestión. La obra monódica de la benedictina se interpreta por una única cantante, que
alterna su voz con el acompañamiento de una fídula y una lira, consiguiendo un resultado, a mi parecer, evocador, plausible y poderosamente musical.
Sabine Lutzenberger y Baptiste Romain, amparados bajo la formación Per-sonat, nombre conocido por su solvencia en el repertorio medieval, se lanzan a la aventura de prescindir de esa sonoridad coral con la que tan bien se aviene la estética musical hildegardiana. Se
consigue un ambiente más intimista en detrimento de la potencia sonora, a costa de renunciar voluntariamente a uno de los principales activos de esta música, con el fin llevarnos a otro sitio. Menos espectacular y más concentrada esta propuesta que la mayoría de las que circulan sobre este ítem, que facilita la degustación de la vocalización de esta soprano y facilita la
ejecución de piezas como el responsorio O lucidissima apostolorum turba, de gran exigencia vocal.
A estas alturas no vamos a preguntarnos una vez más por la pertinencia de introducir instrumentos musicales o no en la interpretación de esta música. Interesa más apuntar el interés que tiene esta coyunda por la variedad de soluciones que se emplean, sin ninguna
estridencia, como si hacer las cosas tan espontáneamente fuera tarea fácil. Ahí el interés
de este disco y su capacidad para encontrar un sitio propio en el competido anaquel de la discografía de Hildegarda.
El programa, misceláneo, se escoge de entre las piezas del códice Dendermonde, supervisado por la abadesa, y presenta un muestrario de dedicatarias y dedicatarios: la virgen María, las Once Mil vírgenes, profetas y patriarcas, Espíritu Santo, Apóstoles, y san Disibodo, el santo local. Entender cómo se dispuso y en qué orden tanta santidad en el manuscrito ofrece claves para saber qué le interesaba a la autora, pero ya sería otra historia. Quedémonos con una interpretación que no renuncia a interpretar los salmos correspondientes detrás de algunas de las antífonas, y tampoco a la tentación a emplear campanas afinadas en una de ellas, Caritas habundat, de cuyo texto se extrae ese “beso de paz” que da título al disco.
Josemi Lorenzo Arribas