Ediciones Singulares, la marca a través de la cual Carlos Céster y María Díaz vienen desarrollando, junto a sus ya veteranas y modélicas tareas de producción discográfica en Glossa, importantes proyectos editoriales vinculados al mundo de la música –recordemos, entre los más sustanciales, sus libro-discos dedicados a L´Orfeo monteverdiano y a diversas tragédies lyriques, en los que la alta calidad de las ejecuciones musicales se realza por el rigor e interés de los textos y la exquisitez en la presentación–, avanza un nuevo paso en su ejemplar trayectoria con la colección Los escritores y la música, de cuyos seis primeros volúmenes damos cuenta en estas líneas. El abanico de autores, épocas y nacionalidades no puede ser más contrastado y abierto, de la Italia medieval simbolizada en la Divina Comediade Dante Alighieri a la culta y soberbia Alemania derrotada en dos guerras mundiales, que Thomas Mann personificó como ningún otro escritor. Y, entre ambos extremos, la Inglaterra isabelina que prestó un marco incomparable a la voz genial de William Shakespeare; el puente entre la Ilustración y el Romanticismo tendido por un Goethe germano y universal entre las convulsiones de la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico; la Rusia decimonónica glorificada y censurada por Lev Tolstoi y, last but not least, el París de una belle époque revivida con morosa delectación por Marcel Proust. Siete siglos de historia de la literatura europea reviven en las páginas de la serie.

Pero no nos hallamos ante una colección de tema preferentemente literario, sino focalizada en la relación de los citados autores con la música, lo que la abre a una gran variedad de contenidos, desde la importancia atribuida a la música por cada autor en su vida –a partir de Goethe los biografiados son grandes aficionados a la música, intérpretes aficionados que escriben y hasta teorizan sobre ella– y el papel que desempeña en su obra, hasta el eco musical que ésta ha tenido en generaciones posteriores.

Si el esquema de los diferentes libros es idéntico –prólogo a cargo de un autor de renombre procedente del mundo literario, ensayo central, iconografía, cronología del autor estudiado y detalle de las obras incluidas en el cedé que acompaña a cada volumen–, los ensayistas han gozado de considerable libertad para enfocar el tema respectivo. Y de ahí resulta una pluralidad de enfoques en general adecuados a la circunstancia de cada escritor analizado. Así, Stefano Russomanno no sólo analiza el contexto musical en el que surge la Comedia dantesca(recordemos que el adjetivo “divina” es un añadido posterior), desde la obra de los trovadores provenzales hasta los posibles ecos de la incipiente Ars nova, y por supuesto la diferente “tinta” sonora de los tres reinos visitados por el poeta, sino que procede a situarnos en el contexto político, filosófico y moral en el que Dante desarrolla su vida y escribe su obra, y no sólo la Comedia, de la que se ofrece una síntesis iluminadora, sino sus restantes obras, especialmente Vida nueva, las Rimas o el Convivio, en el que Dante expone su concepto de la música en armonía con el pensamiento medieval sobre el tema (previamente expuesto con clarificadora sencillez). Javier Montes, en su estudio sobre Shakespeare, se centra, a la vez que traza un cuadro del Londres isabelino en sus aspectos musicales y teatrales, en rastrear las melodías citadas o mencionadas en su obra y en recorrer los pasajes más destacados de aquellos títulos especialmente musicales en los que el dramaturgo desarrolla sus conceptos sobre el poder de la música. Por su parte Eustaquio Barjau, tras caracterizar a Goethe como Augenmensch (hombre ojos) más que Ohrenmensch (hombre oídos) y subrayar el carácter marginal que el arte de los sonidos ocupa en el conjunto de su gigantesco legado, evoca su gran afición musical, sus conocimientos de –y preferencias por– diversos autores, anteriores y coetáneos, entre una larga lista, sus actividades como libretista en busca de un músico y la razón de sus preferencias por las puestas en música de sus poemas por Zelter frente a las de Beethoven o Schubert, para finalizar con la exposición de su Tonlehre (Teoría de los Sonidos), contenida en un cuadro sinóptico que no superó tal estadio, pese a haber trabajado en él casi un cuarto de siglo.

Víctor Gallego nos ofrece de Tolstoi un retrato sin contemplaciones, en el que se refleja en toda su crudeza tanto el carácter intransigente del viejo maestro como su dogmatismo en materia musical. Insigne melómano (“La música es la única cosa en el mundo que actúa sobre mí”, llega a decir), intérprete aficionado e incluso autor de alguna pieza (el cedé ofrece un breve Vals en fa mayor de su autoría), sus gustos musicales, su compleja relación con la obra de Beethoven, su rechazo de casi toda la música del XIX (salvo Chopin y Schubert) quedan perfectamente retratados; antiwagneriano furibundo, resulta especialmente divertido su extenso comentario a una representación de Siegfried de la que se ausentó a mitad del segundo acto. Y a Blas Matamoro corresponden los volúmenes dedicados a los autores más modernos de la entrega, Proust y Mann. Del primero se brinda un exhaustivo panorama de la música francesa de finales del XIX y comienzos del XX, un repaso al wagnerismo en Francia desde Baudelaire a los simbolistas, el impacto de los Ballets Rusos y la relación del novelista con Reynaldo Hahn, pero también un panorama del mundo de los salones parisinos del cambio de siglo y, por supuesto, un análisis de la música en la Recherche: lamusicalidad del texto, sus motivos conductores, las correspondencias entre las sensaciones; sin olvidarnos, claro es, de Vinteuil, el imaginario autor de la no identificada sonata que desempeñará un importante papel en la memoria y el destino de algunos de sus protagonistas. En cuanto a Mann, que según confesión propia se consideraba “un músico desplazado a la literatura”, Matamoro traza una semblanza de su vida pública y su personalidad más íntima desde su niñez en Lübeck hasta sus años finales, su crisis de convicciones tras la derrota en la Primera Guerra Mundial y su subsiguiente difícil relación con Alemania, exacerbada tras la subida al poder del nazismo; pero entreverada con la semblanza biográfica se narran sus relaciones con los más grandes músicos del área germánica, de Beethoven y Wagner a sus coetáneos Strauss y Schönberg, sus múltiples y agudas reflexiones sobre la música y el papel de la misma en sus obras literarias, de Los Buddenbrook a Doktor Faust.

Como vemos, la colección nos da lo que su título promete, y bastante más. Y apenas nos queda espacio para referirnos a los discos, no pensados para “explicar” el texto, sino para sugerir y ambientar el marco espacio-temporal en que se encuadra cada figura. Desde las composiciones trovadorescas hasta el Pierrot lunaire schönbergiano, en la relación cercana al centenar de piezas incluidas figuran tanto grandes nombres como composiciones anónimas, auténticas primicias y populares hits, en interpretaciones escogidísimas de sellos especializados.

Presentación estéticamente impecable, propia de todas las producciones de Glossa y Ediciones Singulares, en libros de tapa dura. Continente y contenido hace de estos volúmenes el regalo ideal para aquellos a quienes apreciamos y ¿cómo no? para nosotros mismos.

Santiago Salaverri