La dedicación de Opera Rara, casi desde sus tiempos fundacionales, a explorar el repertorio offenbachiano es sobradamente conocida por los aficionados, pero hasta la fecha sólo había incorporado a su catálogo una de sus obras originales: Robinson Crusoe, estrenada en la Opéra Comique en 1867. Los otros dos álbumes publicados por el sello británico eran un pastiche con fragmentos de obras diversas titulado Christopher Columbus –para el que el cofundador del sello, Don White, escribió un libreto de nueva planta–, y una espléndida antología titulada Entre Nous. Celebrating Offenbach, en la que se presentaban más de cuarenta fragmentos de obras absolutamente olvidadas, y que hace un par de años recomendábamos muy vivamente desde estas columnas (Boletín nº 163),. Entre tanta gema desconocida, una llamaba singularmente la atención, no sólo por lo inspirado de su melodía y lo exquisito de su construcción, comunes a tantas de las piezas del álbum, sino por lo original de su tema, pues se trataba del elogio fúnebre de un papagayo llamado Vert-Vert, con cuyo fallecimiento arranca la trama. No deja de ser singular que el personaje que da nombre a la obra haya fallecido antes de empezar ésta, pero como veremos lo que nos cuenta Offenbach no tiene nada que ver con el difunto animalito.
Bien, el caso es que la citada antología fue el último proyecto del director artístico del sello, Patric Schmid, gran investigador y coleccionista de partituras desconocidas, uno de cuyos autores predilectos era Offenbach; y de hecho el álbum se proyectó como homenaje póstumo a aquél. En nota del libreto nos cuenta David Parry, director de ése y tantos otros álbumes del sello, la impresión producida por el estudio del ingente legado offenbachiano de Schmid: la reticencia dio paso al entusiasmo, y ante el éxito de la antología se decidieron a incorporar al catálogo un nuevo título completo del creador de los Bouffes-Parisiens. La elección recayó en Vert-Vert, nos dice Parry, “por la uniformemente alta calidad de la música y por la soberbia –y tan mozartiana– escena final”, con nocturno en un jardín al estilo de Le nozze di Figaro. Y es que Vert-Vert (1869) es obra de un Offenbach maduro que ya ha estrenado sus títulos más exitosos, pero que sigue buscando el aplauso de públicos más exigentes y el reconocimiento de la crítica seria; de ahí su género, que no es ya la opereta, sino la opéra comique (es su tercer intento en el género). Y de ahí el cuidado de la factura instrumental, la elegancia e inspiración de los temas, y también el modo delicado con que son tratados temas que en otros escenarios hubieran ido acompañados de mayores dosis de sal gruesa.
Si el origen remoto del tema está en un poema dieciochesco levemente anticlerical sobre el papagayo de un convento que aprende palabras malsonantes para escándalo de las monjas, los sucesivos divertissements, vaudevilles y ballets inspirados en él transformaban la historia en la de un joven mantenido en piadosa reclusión que al contacto con el mundo se convierte en un golfo. Pero la versión preparada para la Opéra Comique, un teatro esencialmente familiar, que contó hasta con cinco libretistas (aunque sólo Meilhac y Nuittier son oficialmente reconocidos), expurga todo asomo de vulgaridad para convertirse en el retrato de un inocente muchacho (que sucede al difunto papagayo como juguete de las alumnas de un pensionado) al que una serie de divertidas peripecias, entre otras el encuentro con la popular cantante La Corilla, transforman en un hombre hecho y derecho, maduro para un verdadero amor, una historia de aprendizaje de la vida como la que ochenta años más tarde acometerá Britten en su Albert Herring inspirado en Maupassant.
Desde la obertura, que recoge varios de los temas que irán puntuando las sucesivas escenas sentimentales o farsescas, es de apreciar una cuidadísima factura, de la que son muestra exquisita el ya citado elogio fúnebre de Vert-Vert, el trío y la romanza de Mimídel primer acto, los couplets de La Corilla, el aleluya, la barcarola y el trío de los oficiales de dragones del segundo, la lección de danza del tercero–en la que desfilan brevemente pavanas, minuetos, gavotas, zarabandas, etc.–, el duettino amoroso que une finalmente a los enamorados, y la escena final con un cuarteto y un sexteto de mozartianos ecos; todo ello sin minusvalorar los coros de los soldados y los brillantes finales de los dos primeros actos. En fin, un muestrario completísimo del mejor arte offenbachiano en una obra hasta aquí totalmente desconocida.
Una vez más, Opera Rara ha puesto el máximo cuidado en los medios para resaltar los méritos de la partitura: nada menos que la Philharmonia Orchestra y el Geoffrey Mitchell Choir prestan un suntuoso marco al trabajo de hasta quince solistas, entre los que destacan Toby Spence (al que en el Teatro Real hemos visto como Tamino y Tom Rakewell) en el rol titular y Jennifer Larmore parodiándose a si misma como La Corilla, con la islandesa Thora Einarsdottir como Mimí. David Parry muestra una vez más su certero criterio, su buen gusto y su entusiasmo para resaltar los méritos de cuantas músicas pasan por sus manos.
Santiago Salaverri