Durante treinta años ha sido uno de los estandartes de Harmonia Mundi. Pero ahora también Philippe Herreweghe ha decidido dar el gran salto y engrosar la lista de artistas que crean un sello propio. ¿Ansias de libertad? ¿Necesidad? Tal como está el mundo del disco, es probable que de todo un poco. El nuevo sello, que lleva como marca la letra griega “phi”, nace con la voluntad de sacar al mercado cuatro o cinco producciones al año y su bautismo llega en forma de sinfonía: la Cuarta de Mahler. Tal vez los forofos del director belga hubiesen preferido un estreno más ortodoxo (Bach, sin ir más lejos), pero no hay motivos para la preocupación: las novedades anunciadas para la primavera de 2011 incluyen una nueva grabación de los motetes bachianos (su anterior versión se remontaba a 1986), obras de Josquin, el Réquiem alemán de Brahms y la Missa solemnis de Beethoven (títulos también grabados con anterioridad en Harmonia Mundi).
La Cuarta de Mahler constituye una novedad en la discografía de Herreweghe, pero tampoco supone una sorpresa. El compositor austriaco no es un extraño para Herreweghe, quien ya había grabado –y con muy interesantes resultados- La canción de la tierra (en la versión de cámara de Schoenberg) y una selección de las Canciones de El muchacho de la trompa mágica, esta última con los instrumentos históricos de su Orquesta de los Campos Elíseos. Por otra parte, no se puede obviar su interés por la sinfonía postromántica, plasmado en los registros de la Cuarta, la Quinta y la Séptima de Bruckner.
En las notas del disco, Herreweghe empieza por lo obvio y lo obligado. Afirma que hace un siglo el sonido orquestal era distinto del actual. A lo largo de los últimos cien años ha habido importantes cambios en lo referente a tempi, fraseo, técnica del arco, volumen sonoro de los vientos, sin olvidar el tema de las cuerdas de tripa y otros muchos detalles. Todas estas observaciones son desde luego pertinentes, pero a estas alturas la mera curiosidad de escuchar una sinfonía mahleriana en condiciones supuestamente “originales” no es razón suficiente para justificar la compra de un disco. Herreweghe lo sabe bien y por ello añade que cualquier versión, cualquier intérprete, ha de plantear en primer instancia las que él llama “las cuestiones fundamentales”; en otras palabras, ha de penetrar el espíritu y las carnes de la obra musical, ha de construir un universo, abrir nuevas perspectivas o ahondar con pasión en caminos conocidos pero siempre susceptibles de ulteriores matizaciones.
En Mahler, Herreweghe tiene más fácil recorrer nuevos caminos porque su tradición es otra; él se ha formado en un ámbito y en un repertorio completamente distinto, la polifonía vocal barroca, y esto puede predisponerle a contemplar la música del compositor austriaco desde una perspectiva distinta. Aun así, su punto de partida no es tan distinto al de otros directores. Para Herreweghe, el alfa y el omega del universo mahleriano está en el Lied, pero (y aquí está el quid de la cuestión) no tanto en un sentido genéricamente lírico sino más bien mágico: el Lied como microcosmo –ora ingenuo, ora irónico, ora cruel- capaz de bosquejar con un pocos elementos una historia, un protagonista, una atmósfera, un paisaje…
En el primer movimiento de la Cuarta, por ejemplo, cada frase, cada entrada instrumental, parece irrumpir como una sorpresa; el director belga las introduce como otros tantos detalles nuevos e inesperados dentro de una fabulosa narración. Cada gesto aparece cargado de una personalidad propia, aparenta una cierta autonomía con respecto a lo ocurrido anteriormente. Esta articulación discontinua la consigue Herreweghe aprovechando la propia naturaleza de los instrumentos de la época. Vientos y cuerdas, más que amalgamarse, se mueven sobre vías paralelas; los metales ostentan un timbre agreste, las maderas muestran un carácter diferente según el registro empleado… La caracterización puntual de cada acontecimiento sonoro (escuchen la trompa en 5:12) realza así la heterogeneidad del discurso mahleriano de la manera más natural, sin forzamientos.
Estas observaciones podrían hacerse extensibles al Scherzo, mientras que en el tercer movimiento es donde más se advierten las raíces barrocas del intérprete, con un discurso más asentado en la ponderada sobriedad expresiva que en la expansión sentimental. El repertorio barroco es también una de las especialidades de la soprano galesa Rosemary Joshua, quien con su timbre claro y fresco traduce las intenciones del compositor (“con una expresión serena e infantil; ¡sin parodia!”).
En la estela de sus anteriores registros mahlerianos, Herreweghe firma una versión cuyo interés va más allá de la mera utilización de los instrumentos originales. Una lectura que inaugura bajo los mejores auspicios la andadura del sello “phi”.
Stefano Russomanno
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After a 30 year long partnership with Harmonia Mundi, Philippe Herreweghe has founded his own label, PHI, coproduced with Outhere. For his first CD, he proposes Mahler’s Fourth Symphony. Under the leadership of Philippe Herreweghe, l’Orchestre des Champs-Élysées has been striving, for almost twenty years, to attain an idiomatic style and forgotten colors. This Fourth Symphony by Mahler, interpreted on period instruments, champions resolutely modern aesthetics, far from standard interpretations. Beyond the sumptuous colors of l’Orchestre des Champs-Élysées, beyond the meticulous work on the musical score, this recording confirms Herreweghe’s intimacy with the world of the Viennese composers of the turn of the century.
Pinche abajo para ver un vídeo sobre la grabación:
http://www.classiquenews.com/ecouter/lire_article.aspx?article=3613&identifiant=201039HDEHB84S7ITG9E89ZYGX1VVH6