Después del incatalogable y audaz Vox nostra resonet, disco llamado a perdurar reseñado en el número 161 de este Boletín, Dominique Vellard retorna a sus repertorios, en los que lleva ejerciendo magisterio tres décadas, con la formación clásica del Ensemble Gilles Binchois, dos mujeres y tres varones, para interpretar manuscritos franceses e italianos, fundamentalmente de los siglos XI al XIII.
De las catorce piezas interpretadas, ocho son canto llano. El resto, dos motetes (a 2 y 3 voces), y un ejemplo de conductus, organum, secuencia (todos a 2), y rondó, piezas extraídas de las escuelas fundantes de Notre-Dame de París y San Marcial de Limoges, dando vida a los primeros pinitos de la polifonía occidental.
Esta insistencia en la monodia da la pauta para entender al Ensemble Gilles Binchois y su obra: subrayar el imperio de la voz, del texto, de aquello que se dice, privilegiando el sentido primero de la liturgia. Y todo esto se hace embellecido, cantando, pero secundariamente. Parece que es una reflexión extemporánea a una reseña de un CD y en una revista para melómanos, pero realmente, pensando en este repertorio, no es así. El trabajo al que llevan consagrados tantos años Dominique Vellard y sus cantantes (alguno de la talla de Josep Cabré, nada menos) indaga precisamente en esas primitivas formas del canto litúrgico, cuando la notación ya se había impuesto, pero no lo era, ni mucho menos, todo. Más bien, la notación era un recurso mnemotécnico para, a partir de ella, reproducir muchos efectos, articulaciones, fraseos... que adornaban el texto, auténtico protagonista, pero que no estaban escritos porque se sabía que era así. Hoy no lo sabemos, y necesitamos una guía que con este conjunto es fiable, segura y excelente.
Espectacular interpretación a solo del propio Vellard (supera los diez minutos) de la monodia del ofertorio Vir erat, con la dramática repetición, durante minuto y medio, de las tres últimas palabras del mismo (“ut videat bona”) una decena de veces: el recurso retórico, muy medieval, de la accumulatio. Las casi imperceptibles variaciones microtonales, los sutiles ataques repetidos sobre una misma nota... y una dicción que casi permite tomar el texto al dictado, todo ello a través del cristal de su voz de tenor. Qué difícil es, y qué fácil lo hace este cantor, quizá el mejor y más inquieto de los que aborda estos repertorios, y qué bien secundado por el resto del conjunto, con muchos años de trabajo común a sus espaldas. Se conocen bien, y se nota. Articulaciones perfectas, fraseos justos, voces transparentes, dicción envidiable... y una enorme musicalidad. Nombrémosles: además del director y del citado cantor catalán, obran la maravilla las sopranos Anne Delafosse y Anne-Marie Lablaude, y el tenor Gerd Türk, fantástico, por cierto, junto a Cabré en el organum que cierra y da nombre al disco, Stirps Jesse florigeram. Qué memorable dúo.
La estirpe de Jesé es la genealogía de Cristo, la que otorga coherencia y continuidad al mensaje del Antiguo y Nuevo Testamento. Es, en este disco, el hilo temático conductor de un programa que apuesta por la recreación musical de este mensaje, de alto contenido teológico, prescindiendo de seguir ningún esquema litúrgico usual. Las minuciosas reconstrucciones de las piezas se apoyan, cuando no es posible a través de un único manuscrito, en dos fuentes: una, más antigua, que recoge fielmente la riqueza rítmica de la música a través de neumas, y otra, ya legible del todo, que asienta las alturas melódicas de lo que se ha de cantar aunque pierda en precisión rítmica, tal cual fue la evolución de la historia de la notación musical. Vellard está por derecho propio en la genealogía de la interpretación del gregoriano y primeras polifonías. Finalmente, el soporte teórico de Marie- Noël Colette brilla en la elección del programa y las imprescindibles notas, para leerlas despacio mientras escuchamos las piezas siguiendo su texto verso a verso.
Nieva mientras escribo estas líneas, a escasos metros de lo que fuera la iglesia de San Nicolás (Soria), levantada cuando estos neumas que escucho servían para recordar a los cantores por dónde iban los tiros melódicos. Nieva también sobre los Veinticuatro Ancianos apocalípticos de Santo Domingo, también cerca, y sobre la matanza de los inocentes esculpida una arquivolta por encima. De este infanticidio habla Vox in Rama, la antífona de comunión que abre este disco, interpretada por las dos sopranos. Hoy, las ruinas románicas de la iglesia de San Nicolás, metonímicamente recuerdan cuáles fueron las líneas maestras de esa arquitectura pero, inerte, caído y sin uso, este pétreo edificio ha perdido su función. Mientras, la música sobrevuela, se tensa, se relaja, vive y se evanesce con juegos arborescentes, que desarrollan la línea de fuga de sus melismas. Si pensamos en la iconografía de la estirpe de Jesé lo entendemos: un árbol (la rama mística del texto) que va generando ramas en proporción geométrica, desde Adán a Cristo. Frente a la solidez del sillar, hoy caído o restaurado, se contrapone la fragilidad de la ramita (virgula), la flor (flos), el fruto (fructus): la etérea melodía, que parece pervivir tal cual en las voces de este registro como era en un principio (sicut erat in principio). Es lo que tiene el patrimonio inmaterial, y la labor de estos arquitectos restauradores de la monodia, o mejor herederos, cual Dominique Vellard y su Ensemble Gilles Binchois, nunc et semper et in saecula saeculorum.
Josemi Lorenzo Arribas