El Café bien temperado

Para Pedro Gandía

Él es un enemigo declarado de las integrales, en las que no ve sino una prueba más de la presión consumista de nuestra época. De haber dependido de su albedrío, Gustav Leonhardt ni siquiera las seis Suites inglesas habría grabado en su totalidad, asegura. Incluso la integral por excelencia -la única a la que acaso no hubiera puesto reparos-, ese monumento aere perennius de las cantatas religiosas bachianas, la emprendió, como todo el mundo sabe, compartida: con Harnoncourt. El guardián de la ortodoxia no podrá ser tachado de "integrista"... Sin embargo, siempre ha mostrado su frustración por que se truncara el proyecto con las cantatas profanas comenzado en los noventa para Philips, tras seis obras llevadas al disco, si la memoria no traiciona al comentarista. Por eso recibió con los brazos abiertos la propuesta de Alpha que se materializa en este primer compacto, con el que las versiones leonhardtianas se elevan casi a la mitad del repertorio (las iniciales, más bien difíciles ya de procurarse). Si hay suerte, un día no muy lejano tal vez podamos contar con su visión de la totalidad del corpus conservado, una veintena de partituras.
Ahora viene la pregunta del millón: Leonhardt, ¿con Café Zimmermann? Dos must actuales en Bach, sin duda, ¿pero no es como juntar a Dios y al diablo? ¿Quién no ha rumiado la pregunta mientras esperaba que saliera el cedé? "Su empeño todo el rato era que moderásemos nuestro entusiasmo", reconocía la clavecinista Céline Frisch, uno de los dos pilares del grupo, para hablar acto seguido, subyugada, de claridad. Claridad del propósito, claridad en el ritmo, claridad en la polifonía, claridad del texto cantado por el coro. La claridad ha sido el punto de encuentro entre el maestro y sus huestes, rendidas a un pulso de una evidencia apabullante que en privado me encomiaba el violinista Pedro Gandía, quien, junto con José Manuel Navarro en el atril de las violas, compañero suyo en las filas de la Orquesta Barroca de Sevilla, forma parte del puñado de escogidos que integran las cuerdas del Ensemble francés. Nuestro excelente instrumentista barroco ha venido impresionado de la vitalidad de ese hombre próximo a cumplir los ochenta, capaz de ponerse a improvisar al órgano durante horas entre las sesiones de grabación o de pasmarse como un novicio ante la escandalosa hermosura de un trozo dirigido.
Si Leonhardt ha conseguido templar al Café Zimmermann, en el tempo por ejemplo -compárense los suyos con el anfetamínico desbocamiento de un Goebel en la BWV 207-, nunca es desde luego a costa de la vitalidad. Sus lecturas, robustas, bien ritmadas, rebosantes de salud, simplemente ofrendan al ideal de Apolo. Que, por lo demás, me parece asaz pertinente para las páginas de celebración circunstancial (sendos homenajes a un miembro de la nobleza y a un docente universitario) que son las cantatas interpretadas, Angenehmes Wiederau, BWV 30a, y Vereinigte Zwietracht der wechselnden Saiten, BWV 207, de 1737 y 1726 respectivamente. Él lo formula de la siguiente manera: Bach es profundo incluso cuando es divertido. Un ideal al que se pliegan como un guante voces solistas -muy estimables, ya que no de excepción- y corales -espléndidas prestaciones de los doce Cantores de Versalles, que dirige Schneebelli-. La marca de la casa Zimmermann sigue reconocible en la energía arrebatadora, en la precisión del juego, en una presencia sonora palpitante y en la belleza y la densidad de los timbres.

Jesús S. Villasol