¿Cómo sería el timbre de nuestros músicos favoritos? Sólo es posible saberlo desde que existen grabaciones, aunque eso fue anteayer en términos históricos. El dato ausente no es baladí: igual que los ojos -al menos los ojos tuvieron sus retratos- la voz es también un privilegiado espejo del alma. Y más, si canta. Imaginémonos la de Telemann. Al parecer, labrose un hermoso color de bajo barítono que empleaba para interpretar eventualmente sus propias obras en la Iglesia. No fue un cantante profesional en el sentido de que no hizo carrera con ello, mas a tenor de su conocida habilidad para tocar tantos palos (como compositor, instrumentista, poeta, empresario…) tampoco debió de ser una simple afición anecdótica. Como con su alma, sólo podemos especular, pero… ¿Tal vez sería su voz similar a la de Klaus Mertens? ¿Quizás llegó a interpretar precisamente las cantatas escogidas para esta grabación? Pensadas para bajo solista, son tales cuatro obras extraídas de un ciclo conservado en Bruselas por mediación, entre otros, del gran historiador de la música Fétis. Prevalece en ellas la presentación de las lecturas religiosas del día desde una cercana sencillez, sin pompas exageradas… lo que no impide la existencia de arias arrebatadoramente hermosas con instrumentos obligados. Por ejemplo, la del oboe en Es sind schon die letzten, la de dos oboes en In allen meinen taten, la de la flauta y el violín a ritmo de siciliano en Die Liebe gegen meinen Gott o las del violín y el oboe o el oboe, la flauta y el fagot en Wo soll ich fliehen hin. Mertens corresponde con una dicción clarísima y un sentido del discurso narrativo excelente. Los miembros de Il Gardellino, adecuadamente delicados en sus intervenciones durante las cantatas, añaden de propina, y con impecable factura, un par de sonatas en trío de los célebres Essercizii Musici.

Pablo del Pozo