Con sus Musicall Humours, el escocés Tobias Hume, excéntrico militar y gambista militante, hace aparecer en 1605 la primera tablatura dedicada a la viola da gamba a solo, con una defensa de la superioridad del instrumento sobre el laúd y una confianza en su porvenir de una vehemencia tales que disparan las alarmas de John Dowland en persona. Los humores -viniendo de Hume, ¿qué más natural?-, debidamente rescatados en nuestro tiempo (Savall ha contado su emoción ante los primeros microfilmes), constituyen ya una base inesquivable del repertorio para bajo de viola. Y algunos de entre ellos, auténticos florones del mismo: Death, Life, Captain Hume Pavin, A Souldiers Resolution (con todos sus efectos)... no digamos el celebérrimo Harke, Harke y sus explícitos golpes col legno del arco sobre las cuerdas. Dos años después, aquel tipo lunático entregaba a las prensas su Captaine Humes Poeticall Musicke, para voz y/o laúd y violas, y ahí termina su contribución a la historia. Nada desdeñable, por cierto. El rudo mercenario hablaba de su amor a la música como de la "parte femenina" de su ser, lo que acaso no hubiera disgustado a un C.G. Jung por más que hoy despierte la socarronería de J.L. Téllez.
Este pintoresco renacentista -un outsider en el entorno isabelino- andaba bastante majara, a qué darle más vueltas, pero llevado de las oscilaciones de su ánimo y de su afán inmoderado de expresión se estaba inventando el barroco. Él no lo sabía, claro. Dowland tampoco podía comprenderlo.
Existían, por separado, varias buenas grabaciones de las dos fuentes impresas. No aún compartiendo disco, si no me equivoco. Este recital presidido por el título más emblemático de su Poeticall Musicke llena ese vacío. La visión del mundo humiano, aunque antológica, es así omnicomprensiva. Ensoñación y melancolía conviven con las truculentas onomatopeyas de arcabuces y tambores guerreros y con las canciones de la vida soldadesca de la que el capitán (que llegó a coronel) tanto alardeara. Programa ideal para el melómano no especializado que podría dejarse intimidar por un monográfico de viola sola, por cuanto la interpretación que ofrece el discretamente denominado Consort de la Belle Feuille -en el que jóvenes nombres forman junto a una veterana como Ariane Maurette- es de primer orden, trátese de las piezas cantadas (con unos líricos y muy idiomáticos Damien Guillon y Bruno Boterf) o de las instrumentales. Y las prestaciones en solitario de su alma máter Nima Ben David vienen definitivamente a refrendar la grandísima clase musical de la violagambista, ningún secreto en realidad para nadie desde la aparición de sus suites de Couperin y Forqueray, uno de los lanzamientos tempranos de ALPHA (ref. 007), que se mantiene a la máxima altura en el palmarés.

Jesús S. Villasol