Pocas obras en la historia de la música tan aurorales y pioneras como la Rappresentatione di Anima e di Corpo del aristócrata romano Emilio de' Cavalieri, estrenada en la Ciudad Eterna en febrero del año jubilar de 1600, a escasas fechas y escasos pasos por cierto de la hoguera del Campo dei Fiori donde daría con sus días el pobre Giordano Bruno. Recapitulo sus aportaciones de las notas de carpeta firmadas por Christina Pluhar: primera mención histórica del recitar cantando; primera ópera publicada; primera ópera "espiritual"; primera ópera dada en Roma; primeras instrucciones acerca de una puesta en escena; primera notación del bajo continuo; primera explicación de cómo ejecutar el mismo; primeras piezas instrumentales impresas en partitura.
Lo único, en suma, que no parece tan claro es lo único que por los manuales de antaño creíamos saber: que se trate del primer oratorio conocido. Si el oratorio podría definirse en último término como un drama sin representar, éste de Cavalieri comporta unas exigencias escénicas inequívocas. Y, de propósito edificante o no (poco importa en definitiva), en cuanto ópera se anticiparía en siete meses a la Euridice del florentino Peri. Siete años por delante del Orfeo monteverdiano, para situarnos.
Lo difícil, cabría preguntarse en plan malévolo, es que después de tanto pedigrí musicológico le quedara algún interés propiamente musical, pero el informado lector bien sabe que sí: si no de los escenarios, el título nunca ha estado ausente de la discografía, desde Hans-Martin Linde (Figueras, Rogers, Partridge) o incluso Charles Mackerras (Mackerras, en efecto: y con Prey, Troyanos, Adam, Esswood, Equiluz, Moser, Augér) a Longhini o Vartolo.
Inmersa en el Seicento romano (recuérdense su Kapsberger, su Stefano Landi para ALPHA), al frente de su grupo L'Arpeggiata la arpista y tiorbista austriaca Christina Pluhar se toma en serio la naturaleza operística de La Rappresentatione e infunde una vida teatral hasta ahora desconocida a una composición de carácter alegórico, al punto de que los 80 minutos que dura se nos hacen cortos. Los personajes abstractos cobran verosimilitud de carne y hueso. El continuo, nutrido y multicolor (once ejecutantes, pluriempleados algunos: arpa, tiorba, guitarras, laúd, archilaúd, salterio, violón, lirone, además de órgano y claves), y la orquesta (cornetas, violín, flauta, sacabuche, dulcián, violas, percusiones) ponen toda su plasticidad al servicio de los afectos. Arropan a un reparto vocal de gran clase, presidido por una exquisita Johannette Zomer (Anima), un rotundo Stephan MacLeod (Mondo, Consiglio), la espontaneidad declamatoria de Marco Beasley -voz cara a Pluhar salida de las músicas populares- en los papeles de Tempo y Corpo, con Dominique Visse fantástico en el Piacere y nuestra Núria Rial resplandeciente como Angelo Custode. Una interpretación palpitante que convierte sin duda a ésta en la versión moderna del melodrama.
Cuentan las crónicas de hace cuatro siglos que a las funciones del estreno en Santa Maria della Vallicella asistían cada vez un mínimo de quince cardenales, eminencias que quedaban tan edificadas y conmovidas que "molti per tenerezza lacrimarono, et altri dissero che non si potea dire né rappresentar meglio di quel che si facesse in quell'attione". Se entiende, ¿no? Apuesto a que, a la escucha de esta grabación, aquellos corazones empedernidos hoy no se enternecerían menos.

Jesús S. Villasol