El Laudantes Consort y su director Guy Janssens nos ofrecen la tercera y antepenúltima entrega en su particular recorrido a lo largo de la “Historia del Réquiem”, escogiendo para ello las aportaciones que Bruckner y Duruflé realizaran en los siglos XIX y XX respectivamente.
Escrito para solistas, coro, orquesta y órgano, y completado en 1849, el Réquiem de Bruckner es la obra de un joven de 25 años cuyo estilo está todavía por definir. Aun así, se adivinan en él signos de su grandeza, maestría y lirismo venideros, también retazos de autores anteriores como Mozart, los hermanos Haydn, y, por qué no, Beethoven. Fue revisado por el propio compositor en 1854 y en 1894.
El Réquiem de Duruflé, compuesto por encargo del editor Durand en 1947, es una deliciosa obra escrita por un gran conocedor del medio vocal. De evidente inspiración gregoriana y heredero del que Fauré escribiera en el siglo anterior, ha gozado de un éxito ininterrumpido desde su estreno, a pesar de haber sido tachado en ocasiones de anacrónico o conservador. Quizás el secreto radique en la introspección que su escucha produce, en sus sonoridades y en su riqueza armónica. La versión escogida es la que el propio autor realizó para solistas, coro y órgano, aunque aquí es el propio coro el que canta las partes solistas.
Utilizando instrumentos originales, el Laudantes Consort realiza una interpretación de calidad: las cuerdas suenan seguras y pulcras, bien cohesionados los metales. Las voces femeninas, en el caso de los solistas y del coro, se muestran más convincentes y resolutivas que las masculinas. Los momentos de mayor inspiración se encuentran en la lectura del Réquiem de Duruflé, hecho al que sin duda contribuye el organista Benoît Mernier.
Urko Sangroniz